Cosas de casa

19 06 2008

La mesa está triste, pensó él. Parece que se va a caer sin sus patas, no se mueve, le cuesta respirar… La miró con cariño y la acarició. La vació de papeles y, amorosamente, la desplegó. La limpió con dulzura. Le pidió disculpas por la marca que le dejó con la taza de café. La mesa le miró con desconfianza, parecía que iba a agradecerle los cuidados a destiempo, musitó algo, un tenue crujido de compromiso, y se quedó inmóvil. Él dio media vuelta y salió de la habitación.

Esa lámpara me roba mi espacio. Se inmiscuye en mis asuntos. Me observa. Me molesta cuando me ilumina con sus manías. Quiere que lo vea todo a su manera. Un día, un día, un día contrataré a alguien que la deje sin bombilla. Ya sabrá entonces lo que es vivir a oscuras.

El carrito de la compra no cambiaba nunca. Siempre vestía igual. Cuando estaba abierto y vacío adoptaba ese aire de eterno adolescente con ropa grande. Lleno, parecía siempre enfadado. No se lavaba casi nunca, a veces olía. Y ya tenía una edad. No sé cómo podía aguantarlo, día tras días, encerrado en su cuarto. Cuando se comparte una casa, hay que hablar más. Si no, ¿para qué? Así que empecé a comprar por internet y lo eché de casa.

© Eva Royo – 2008 (Todos los derechos reservados)