Cosas de casa

19 06 2008

La mesa está triste, pensó él. Parece que se va a caer sin sus patas, no se mueve, le cuesta respirar… La miró con cariño y la acarició. La vació de papeles y, amorosamente, la desplegó. La limpió con dulzura. Le pidió disculpas por la marca que le dejó con la taza de café. La mesa le miró con desconfianza, parecía que iba a agradecerle los cuidados a destiempo, musitó algo, un tenue crujido de compromiso, y se quedó inmóvil. Él dio media vuelta y salió de la habitación.

Esa lámpara me roba mi espacio. Se inmiscuye en mis asuntos. Me observa. Me molesta cuando me ilumina con sus manías. Quiere que lo vea todo a su manera. Un día, un día, un día contrataré a alguien que la deje sin bombilla. Ya sabrá entonces lo que es vivir a oscuras.

El carrito de la compra no cambiaba nunca. Siempre vestía igual. Cuando estaba abierto y vacío adoptaba ese aire de eterno adolescente con ropa grande. Lleno, parecía siempre enfadado. No se lavaba casi nunca, a veces olía. Y ya tenía una edad. No sé cómo podía aguantarlo, día tras días, encerrado en su cuarto. Cuando se comparte una casa, hay que hablar más. Si no, ¿para qué? Así que empecé a comprar por internet y lo eché de casa.

© Eva Royo – 2008 (Todos los derechos reservados)





Tan sólo un payaso…

18 06 2008

«Ante todo eres un payaso.» Eso no se lo podía quitar de la cabeza. Su objetivo era hacer reir, nunca hacer llorar. Se coloco al pie de la puerta, junto a las escaleras del gran edificio de cemento gris. Los niños no tardaron en llegar, estaban delgados, con los ojos hundidos, algunos hasta iban casi desnudos, dejando a la vista unas piernas que parecían las patas de una cigüeña o un pecho semejante a un xilófono. En cuanto lo vieron echaron a correr hacia él, alguno que otro reía. Él los recibió abriendo sus manos al aire y moviéndolas de un lado para otro como si saludase con ambas. Eso si, los niños no se pusieron en corro a su lado. Lo tenían prohibido. Formaron una fila casi delante de él.
Él comenzó su número habitual, consistente en lanzar bolas al aire y tratar de cogerlas, claro que no debía hacerlo ya que de esta forma no se reirían. Y de eso constaba su trabajo. Hacer reír. Muchos niños le miraba ilusionados, otros reían y un par lloraban de emoción. Los más pequeños, en brazos de sus hermanos más mayores aplaudían con sus manitas. Él podía verlos como lo miraban con sus ojos inmensos llenos de ternura e inocencia como si eso fuese algo realmente mágico. Ojala fuese así. «Ante todo eres un payaso» Se repitió de nuevo tratando de contener la ira, el odio, la impotencia, el llanto.
La guardiana comenzó a emitir alaridos alzando su fusta en el aire. Los niños, uno por uno, fueron entrando tras la gran puerta gris. Todos y cada uno de ellos fue despidiéndose del payaso, él les correspondió emitiendo sonidos divertidos de su boca, bueno, algún grito de dolor también se le escapó. «Ante todo eres un payaso.» Trataba de inculcarse.
Por un momento pudo ver cómo iban dejando sus pijamas de rayas en el suelo y un soldado les iba dando una pastilla de jabón. Muchos de ellos temblaban de frío y se arrimaban los unos a los otros apoyando sus manitas en la espalda de su compañero para darse calor. O para darse protección…
Entraron en tropel en las duchas. El soldado cerró la puerta de forma impasible. Al cabo de unos minutos se comenzaron a escuchar los golpes y los gritos. Un minuto más tarde sobrevino el silencio. «Ante todo eres un payaso.» Se repitió una y otra vez tratando de no llorar y de no estropear con ello su maquillaje.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)