Limbo

2 07 2008

– ¿Tu porqué estas aquí?
-Me tiré a la vía del tren…
-Ya veo.
-¿Tan mal estoy?
-Uff Horrible. Das asco. Creo que eso pringoso que está en el suelo es tuyo.
-¡Huy, si es mi bazo gracias! Y tu… ¿por qué estás aquí?
-Me arrojé por una ventana.
-No sería desde muy alto… No pareces estar muy dañado.
– Pues caí desde un onceavo. Pero tuve mala suerte. Tropecé sobre un toldo y luego me estampé sobre el cochecito de un bebe recién nacido que iba con su madre. Me parece que el pequeño iba a visitar a su abuela que lo esperaba al pié de la puerta. Quedó completamente aplastado. Yo no. Una lástima. Pero que se le va a hacer…
-Sí, que oportuno. ¿No?
– Pues sí. Y yo que quería a toda consta llamar la atención y mira, al final quien se la llevo fue el puto niño.
– Bueno, no te preocupes. A los que nos matamos nos dan muchas más oportunidades.
-¿En serio?
-Sí. Tiene algo que ver con la dichosa ley del Karma. A partir de ahora, para ti, cada día será el mismo, repetirás la misma situación que te llevo a suicidarte. Como te desesperaras te sentirás tan desgraciado que no tendrás más remedio que quitarte la vida para aliviar así tus penas.
– Anda, que curioso. ¿Entonces te vuelve a enviar abajo para qué lo vuelvas a intentar?
-No. Eso es lo malo. Lo hacen para que no des el paso final, rectifiques y salgas del circulo vicioso. Pero la putada es que como en ese momento estas tan atormentado, tan ciego, tan egoísta no sirve para nada. No te das cuenta del error hasta que llegas aquí.
-Vaya… ¿Y tu cuántas veces llevas suicidándote?
-Uff, ya he perdido la cuenta. ¿Sabes? la verdad es que ya me cansa un poco. Al principio te gusta, es como si te liberaras. Ya me entiendes… lo del túnel, la luz, la ausencia de dolor y cosas de esas. Pero luego te das cuenta de que no, que llega un punto que lo haces por pura rutina y claro te aburres.
-Pues creo que esta es mi primera vez. Me habría acordado si me hubiese suicidado antes ¿no?
-Es posible. Depende tu ceguera.
-¿Cómo?
-Sí. De cómo asumes tú situación. Lo que haces por poder evitarlo.. – y añadió – Uno se vuelve muy egoísta cuando se convierte en suicida. No ve tres en un burro. Siempre es YO, YO, YO y mil veces YO…
-Pues por lo estoy viendo no estás mucho por la labor de recuperarte. – Le interrumpió su contertulio de forma jocosa.
– Ya. Es cierto… Soy un desastre. Pero algún día reaccionaré, solucionaré mis problemas, me miraré al espejo, me reiré conmigo mismo y conseguiré salir de este círculo vicioso. Sé que tengo que hacer algo para acordarme.
-¿Como qué?
-Una señal.
– ¿Una señal?
– Si algo que haga darme cuenta de mi absurda situación.
– ¿Como qué?
– Ni idea. Quizás cuando lo vea y sepa reconocerlo me ayude a ponerle fin.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





De viaje….

25 06 2008

Estoy en el sofá, ya anochece y pienso, ¿por qué esta noche no me voy a Luna?, me acerco al ordenador, y a ese super buscador San Google le digo que me proporcione la página de QDQ, le meto las coordenadas, y me aparece esta extraordinaria ruta a lo que será mi sueño:

0 m Salida Madrid, calle de la Soledad en direccion a A 3

4 Km Tomar avenida La Libertad hasta llegar al cruce que se encuentra a 100 m y coger la R-4 de peaje

210 Km Después de algunos kilómetros por la autovía del Conocimiento, abandonarla a 300 m para incorporase la comarcal de la Ilusión.

600 Km En el próximo cruce, girar a la derecha para empezar a circular por la Pasión.

1100 Km A 100 m girar a la izquierda en la rotonda, que le llevará por la Avenida de la Caricias.

1800 Km Encontrará un desvio a 500 m que le llevará a la calle del Extasis.

2500 Km Durante 300 Km deberá pasar por pueblos como La Locura, La Euforia, La Alegria y El Deseo.

3200 Km Fin del trayecto. El parking de Las Estrellas es infinito.

Siempre estubiste tan lejos, y a la vez tan cerca, eres mi esperanza en medio de esa oscuridad que es la noche, nunca espere que después de tanto tiempo, me encontrara CONTIGO, siempre pensé que el deseo sería mejor que la realización, pero de nuevo, estaba equivocada, me alegro, GRACIAS.

¿Valio la pena?

© Ava/nadiemas – 2008 (Todos los derechos reservados)





Un Gran Salto Para la Humanidad

23 06 2008

El repentino fogonazo de un destello azul anticipó la llegada del Profesor Mercury que se materializó desde ningún sitio, rodando ladera abajo una trentena de metros hasta que unos setos de brezo frenaron su alocada caída.

– ¡Buffff!

¡Lo había conseguido! No sabía en qué lugar estaba, ni en qué momento, pero lo había conseguido. Era la primera vez que un ser humano lograba abrir un portal para cruzar de una dimensión a otra a través del continuo espacio-tiempo.

– Este es un momento histórico – Pensó.

Estaba algo magullado pero se sentía eufórico. Escupió la tierra que le había entrado en la boca mientras rodaba por la ladera y se incorporó sentándose sobre el suelo. Se descalzó la bota izquierda para sacar una piedrecita que le llevaba molestando desde que salió del laboratorio; el dedo pulgar le asomó por un agujero del calcetín. Sacudió la bota y puso la mano debajo para recoger la piedrecita. Un diminuto tornillo de precisión de color dorado cayó sobre su palma desnuda.

– ¿De modo que eras tu, puñetero? – Lo cogió con dos dedos para verlo de cerca y acto seguido lo lanzó lejos, como si fuera un hueso de aceituna. Una pequeña chispita azul brilló un instante en el lugar aproximado donde debía haber aterrizado el tornillo, pero, ocupado en otras cosas, el Dr. Mercury no la vió.

Ahora era cuestión de averiguar dónde, y en qué momento del tiempo, se encontraba. Intentaría remontar la ladera hasta la cima, para tener una vista elevada del lugar. Su reloj digital se había detenido y en la caída había perdido el medidor de intensidad de flujo, así que lo de averiguar las coordenadas temporales iba a ser más difícil, a menos que… preocupado se quitó el casco para comprobar si la cámara seguia en su sitio y funcionando. ¡Estupendo! Aparentemente, sí. Podría calcular el factor tiempo del viaje por la duración de la grabación de video. Se lo volvió a poner y sujetó bien fuerte la correa.

Estaba listo para continuar. Iba a ponerse de nuevo la bota cuando estalló otro repentino fogonazo azul que le hizo desaparecer tal como había llegado.

En su lugar apareció medio atontada, con las plumas revueltas y pringadas de salsa napolitana, sin entender nada de nada, una gaviota reidora (Larus ridibundus) que por una vez en su vida no le veía maldita la gracia a un chiste.

Una trentena de metros ladera arriba, un grajo (Corvus frugilegus), córvido negro de cara pelada y blanquecina entre el pico y los ojos, soltó un graznido y salió volando asustado.

© Pep Bussoms – 2008 (Todos los derechos reservados)





Reacción Instintiva

23 06 2008

La Sra. Paquita se encontraba todavía en pleno estado de shock. Sabía que podía esperarse cualquier cosa de aquella fotocopiadora, era un trasto inútil que no hacía otra cosa que tragarse papel, atascarse cada dos por tres y dejarlo todo perdido de toner, pero aquello le había superado.

El Inspector Pardo decidió repasar su declaración antes de decidir si podía dejarla irse a su casa, si debía encerrarla en comisaría, o enviarla directamente al psiquíatrico.

– ¿De modo que admite que fué Ud. quien empujó la fotocopiadora escaleras abajo desde el tercer piso?

– Sí señor, fuí yo.

– ¿Y no le preocupó la posibilidad de malherir o incluso matar a cualquiera que fuera arrollado por ella?

– Es que no pude evitarlo, fué una reacción instintiva.

– ¿Insiste entonces en su versión de los hechos?

– Sí señor inspector.

– ¿Insiste en que había un individuo atascado dentro de la fotocopiadora?

– Por estas – dijo ella, besando una medalla de San Judas Tadeo que llevaba colgada al cuello.

Reprimiendo a duras penas un gesto de incredulidad, el Inspector Pardo se dirigió a su ayudante en busca de pruebas para confirmar aquella declaración.

– ¿Qué tenemos?

– Verá Sr. Inspector, parece ser que la Sra. Paquita, secretaria del Director del Departamento de Cuentas, está sometida a bastante estrés y tiene algún antecedente de crísis nerviosa, pero por lo general es una persona relativamente estable.

– Bien, ¿qué más?

– Al poco de entrar ella en la habitación todos los testigos le oyeron lanzar un grito de pánico y acto seguido apareció através de la puerta, haciéndola pedazos con la fotocopiadora y empujándola escaleras abajo. A partir de aquí hay un rastro de piezas sueltas del aparato, hojas de papel, trozos de chapa, escalones rotos, desconchados en las paredes, dos macarrones y grandes cantidades de polvo de toner negro repartidos a lo largo de tres pisos de escalera, hasta el hall de entrada al edificio.

– Entonces el asunto está claro ¿no?, es un caso de psiquíatrico.

– Quizás no tan claro, Sr. Inspector. El contable nos confirma que momentos antes de ver entrar a la Sra Paquita en la habitación de la fotocopiadora oyó con claridad un chasquido metálico que procedía del interior y le pareció ver un destello como de flash fotográfico que no supo ubicar, a los que no les dió importancia porque estaba ocupado en su trabajo. – dudó un momento antes de continuar – Ah, …y también tenemos esto – dijo, mientras le pasaba unas cuantas hojas de papel -. Lo hemos recogido de las escaleras, estaba repartido entre todos los pisos.

El Inspector Pardo le echó un vistazo a los papeles. Eran fotocopias en blanco y negro, muy oscuras a su juicio y sucias con polvos de toner. En todas ellas podía verse reproducido con bastante claridad el rostro de un individuo sin identificar retorciéndose de dolor en una mueca imposible, aplastando la cara y un pié descalzo contra el cristal de la fotocopiadora.

© Pep Bussoms – 2008 (Todos los derechos reservados)





Viaje a Ninguna Parte

22 06 2008

Todo estaba listo para el lanzamiento. El comandante Tobías O’Connor realizaba por radio las últimas comprobaciones con la estación de control antes de iniciar la cuenta atrás.

Por fin había llegado el momento. A través de los auriculares le llegó la voz del director de operaciones de la rampa de despegue, con un tono estudiadamente neutro, sin emoción:

Diez…

Nueve…

Ocho…

Siete…

Una frase hecha cruzó la mente de Tobías en ese momento – «La suerte está echada» – pensó, sin poder evitar que un leve estremecimiento le recorriera la columna vertebral de arriba a abajo.

Seis…

Cinco…

Era la primera vez que un cuerpo de científicos organizaba una expedición espacial justo al centro de la nada. Querían comprobar qué había de cierto en sus conjeturas.

Cuatro…

¿La nada es nada porque está vacía? ¿…o está vacía porque no admite nada?

Tres..

¿Qué sucede con la nada si le ponemos algo en medio?

Dos…

¿Qué es lo que desaparece? ¿La nada o el algo? Parece evidente que el vacío desaparece en cuanto se llena con algo; pero esa afirmación había que demostrarla empíricamente.

Uno…

De pronto, Tobías O’Connor tuvo una inspiración.

¡Cero!

Lástima que no se le hubiera ocurrido un poco antes. Los cohetes de propulsión empezaron a rugir a sus espaldas y Tobías sintió la fuerte aceleración negativa que aplicaban a la nave y a todo su cargamento, con él incluído: Habían empezado a elevarse.

Su intuición le habría ahorrado a la agencia espacial un montón de dinero; y quizás habría salvado también una vida. Quiso decir algo, pero la tremenda energía que sentía presionando sobre su cuerpo le obligaba a apretar con fuerza las mandíbulas y a mantener todos los músculos en tensión. De todos modos, el rugido ensordecedor de los motores habría impedido cualquier comunicación con la estación de control.

Desde el exterior, el público miraba extasiado el gran espectáculo, mientras el cohete se elevaba dejando una espesa columna de humo blanco tras de sí.

Otra frase hecha cruzó por la mente del Comandante Tobías: «Para este viaje, no hacía falta alforjas».

La nave desapareció de la vista del público, convertida en la distancia en un punto infinitesimal en medio del azul intenso de un hermoso cielo de primavera.

“Cortos Sin Filtro” © Pep Bussoms – 2008 (Todos los derechos reservados)





La pelota

19 06 2008

Rodó, girando como una loca hacia un punto impreciso. Mientras rodaba contempló el mundo girando sobre sí misma. La gente de repente estaba cabeza arriba como de golpe cabeza abajo, como sucedía a los coches y resto de objetos que decoraban la calle. Rodó, siguió girando. Atravesó un charco y se refrescó de arriba a abajo, el agua estaba sucia pero por lo menos estaba fresquita. Lo quizás más rabia le daba mientras giraba era que se perdía gran parte de los detalles ya que iba a tal velocidad que no podía concentrarse en los detalles de lo que sucedía a su alrededor. Pero por otro lado el sentimiento de libertad compensaba todos los otros pesares. Rebotó, contra el borde de la acera, pero no por ello perdió velocidad, es más del impacto giró con mucha más fuerza sobre sí misma.
Los niños corrían tras ella, alzando las manos como para poder atraparla pero no lo conseguían. Ella iba más rápido. Atravesó la calle, esquivando por la inercia a varios vehículos, algunos niños se detuvieron, se escucharon varios frenazos y junto a ellos varios bocinazos. Quien no se detuvo fue su dueño, el niño tenía fija la mirada en ella, sus ojos hablaban de temor, temor a perderla y a no divertirse nunca jamás. No vio venir el coche. Fue todo muy rápido. El frenazo no consiguió detener el triste acontecimiento. Ella seguía rodando pero pudo ver al niño volar por los aires varios metros escupiendo un delgado chorro de sangre por la boca. Desde su extraña perspectiva le vio dar tres vueltas de campana por el aire antes de estrellarse en el suelo definitivamente ya inerte.
Ella siguió girando. Ya nadie la perseguía. Encontró una pendiente que hizo que frenase su velocidad. Entró por la puerta del parque chocando y rebotando por doquier hasta acabar reposando bajo un árbol, entre sus raíces fuera del alcance de la vista de cualquiera. Pasaron varias semanas hasta que otros niños la encontraron. Estaba muy sucia y algo deshinchada, pero serviría para darle unas buenas patadas, cosa que hicieron rodeándola entre un tumulto de pies y griterío.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





Derechos de Autor

18 06 2008

A resultas de aquel accidente tuvieron que amputarle los dos piés.

– Pero eso no va a ser ningún problema – le tanquilizó el cirujano -, en esta ciudad vive el mejor ortopeda del mundo, es un gran especialista y sus trabajos son considerados en todas partes como verdaderas obras de arte.

El médico no exageraba. Cuando fué a visitar la consulta del ortopeda se quedó maravillado. Las paredes estaban cubiertas con expositores llenos de apéndices, miembros y extremidades artificiales de todo tipo construídas en todos los materiales imaginables. Había piernas y manos biónicas de tecnología de última generación, controladas por inteligencia artificial y cubiertas por una capa de piel orgánica cultivada que las hacía indistinguibles de las naturales. Había dedos, narices y orejas elaborados en silicona, porcelana, aluminio, titanio, metales preciosos, plata y oro, algunos de los cuales eran más bien obras de orfebrería.

Algunas de aquellas piezas estaban diseñadas especialmente para realizar trabajos que requerían una fuerza o una destreza física extraordinaria para los que los miembros naturales no eran suficiente. Entre sus clientes más famosos había pianistas de renombre, pintores, escultores y deportistas internacionales.

Aquel hombre era mucho más que un ortopeda, era un verdadero artista.

– ¿Qué desea? – le preguntó desde el mostrador nada más verle entrar en la tienda.

– Pues verá, he tenido un accidente y necesito dos piés nuevos -, le respondió él desde la silla de ruedas.

– Ah, ya veo. ¿Y los desea de algún tipo especial? ¿es Ud. bailarín? ¿corredor olímpico? ¿vendedor a domicilio? ¿deportista de élite…?

– No, no. En realidad no los uso demasiado. Soy informático y me paso el día sentado. Pero me gustaría que fueran lo más naturales posible, talla 42 a poder ser, y ya puestos, que tengan un diseño elegante.

– No se preocupe. Tengo justo lo que necesita.

El ortopeda salió de detrás del mostrador y empujando la silla le llevó hasta una habitación contigua en la que dos grandes vitrinas cubrían toda la pared del fondo, desde el suelo hasta el techo. A un lado los piés izquierdos, al otro los piés derechos.

Al ver aquel espectáculo no pudo contener las lágrimas de emoción.

– ¡Oh! ¡Sí, sí! ¡Qué maravilla! Quiero un par de piés como aquellos de allí. Uno de cada, izquierdo y derecho.

– Ah, vaya… ¿uno de cada? – le respondió el ortopeda un tanto contrariado – lo siento muchísimo pero eso no va a poder ser. Tengo que servirle dos pies izquierdos.

– ¡¡¡ ¿Dos piés izquierdos? !!! ¿Pero cómo es posible? ¿que hago yo con dos pies izquierdos?

– Verá Ud., no quisiera sonarle arrogante, soy un excelente ortopeda, un artista profesional, todas mis obras son diseños exclusivos de autor, y yo tengo que vivir de mi trabajo. Además, aunque quisiera no podría venderle otra cosa, la sociedad de autores se me echaría encima con su ejército de abogados: Todos los derechos están reservados.

“Cortos Sin Filtro” © Pep Bussoms – 2008 (Todos los derechos reservados)





Tan sólo un payaso…

18 06 2008

«Ante todo eres un payaso.» Eso no se lo podía quitar de la cabeza. Su objetivo era hacer reir, nunca hacer llorar. Se coloco al pie de la puerta, junto a las escaleras del gran edificio de cemento gris. Los niños no tardaron en llegar, estaban delgados, con los ojos hundidos, algunos hasta iban casi desnudos, dejando a la vista unas piernas que parecían las patas de una cigüeña o un pecho semejante a un xilófono. En cuanto lo vieron echaron a correr hacia él, alguno que otro reía. Él los recibió abriendo sus manos al aire y moviéndolas de un lado para otro como si saludase con ambas. Eso si, los niños no se pusieron en corro a su lado. Lo tenían prohibido. Formaron una fila casi delante de él.
Él comenzó su número habitual, consistente en lanzar bolas al aire y tratar de cogerlas, claro que no debía hacerlo ya que de esta forma no se reirían. Y de eso constaba su trabajo. Hacer reír. Muchos niños le miraba ilusionados, otros reían y un par lloraban de emoción. Los más pequeños, en brazos de sus hermanos más mayores aplaudían con sus manitas. Él podía verlos como lo miraban con sus ojos inmensos llenos de ternura e inocencia como si eso fuese algo realmente mágico. Ojala fuese así. «Ante todo eres un payaso» Se repitió de nuevo tratando de contener la ira, el odio, la impotencia, el llanto.
La guardiana comenzó a emitir alaridos alzando su fusta en el aire. Los niños, uno por uno, fueron entrando tras la gran puerta gris. Todos y cada uno de ellos fue despidiéndose del payaso, él les correspondió emitiendo sonidos divertidos de su boca, bueno, algún grito de dolor también se le escapó. «Ante todo eres un payaso.» Trataba de inculcarse.
Por un momento pudo ver cómo iban dejando sus pijamas de rayas en el suelo y un soldado les iba dando una pastilla de jabón. Muchos de ellos temblaban de frío y se arrimaban los unos a los otros apoyando sus manitas en la espalda de su compañero para darse calor. O para darse protección…
Entraron en tropel en las duchas. El soldado cerró la puerta de forma impasible. Al cabo de unos minutos se comenzaron a escuchar los golpes y los gritos. Un minuto más tarde sobrevino el silencio. «Ante todo eres un payaso.» Se repitió una y otra vez tratando de no llorar y de no estropear con ello su maquillaje.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





Sombreros.

17 06 2008

-Pruébese éste…- Le dijo la dependienta mostrándole una preciosa Pamela adornada con un delicado lazo violeta.
La mujer se lo acercó a la cabeza. La Pamela descendió hasta cubrirle casi los ojos.
-¿A ver?… Huy, no. Me va muy grande.
-¿Grande? Pero si es de su medida. ¿A ver éste? – Le comentó mientras le entregaba un sombrero de fieltro sin alas y decorado con deliciosas cerezas artificiales.
El sombrero descendió hasta casi la altura de la punta de la nariz.
-También… También me va grande. – Dijo la mujer con un sofoco.
-¡No puede ser es imposible! – Resopló la dependienta. Entre las dos habían conseguido llamar la atención de la mitad de compradores de la tienda. Algunos de ellos ocultaban su sonrisa tras unos impolutos guantes blancos. – A ver si con este va mejor la cosa…
La mujer se acercó otra Pamela confeccionada en punto, blanca con una cinta fina y roja alrededor. No sobrepasó de su coronilla.
-¡Es demasiado pequeño! – Comentó indignada.
-¿Pequeño? ¡Pero si es de la misma medida que los otros!
– Pues no lo entiendo. – respondió ofuscada la dependienta- Yo…
– Yo si lo entiendo.- Interrumpió entonces el dueño de la sombrerería. Un señor orondo, bajito, de cabello blanco y con un bigote descomunal acabado en punta – El problema no es de los sombreros.- Comentó el caballero mientras se quitaba el monóculo de su ojo derecho y comenzaba a limpiarlo con un pañuelo.- Nunca es de los sombreros. Aquí quien sí tiene un problema es su cabeza, señora ya que no deja domesticarse y hace todo lo posible para que nada ni nadie la pueda vestir. Me temo que como no ponga remedio inmediato jamás podrá lucir una obra de arte como las nuestras en lo alto de su mollera.
Acto seguido se colocó el monóculo en el ojo y comenzó a reírse, a carcajada limpia. Como el resto de compradores que habitaban su establecimiento.

Basta decir que la dama salió del establecimiento y no volvió nunca jamás.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





Quien no se arriesga… no pierde.

17 06 2008

Entró en el Hall de la casa. Olía extraño. Todo estaba muy oscuro. Cuando encendió la linterna pudo ver que las paredes estaba decoradas de color rojo, como parte del techo y la mullida alfombra que estaba pisando. Al fondo del pasillo vislumbró el marco de una puerta, con una pared tras de él. Un extraño viento cálido surgía de su interior. Comenzó a avanzar. Había mucha humedad en su interior. Le costaba respirar. Minutos antes alguien le había advertido que no hiciese el más mínimo ruido o la casa se daría cuenta de su presencia y entonces sería su fin.
Le gustaban las apuestas. Cuanto más arriesgadas mejor. Había mucho dinero en juego y éste ya le estaba quemando en el bolsillo. No creía en casas encantadas, ni en espíritus, ni en seres sobrenaturales, así que lo que menos tenía era miedo. «¿Vas a entrar en la casa más encantada del mundo y ni siquiera tiemblas de terror?» Él se rió recuerda haberle propinado a su apostador una palmadita en la mejilla. A acto seguido entró en el caserón.
Hacía bastante calor dentro. Se quitó la chaqueta y la arrojó sobre la alfombra. Solo tenía que permanecer en la casa unos diez minutos no más. Habría sido la persona que más tiempo habría permanecido dentro, la única superviviente. Miró el reloj. Quedaban aun ocho minutos y de momento no había sucedido nada. Avanzó varios pasos más hasta llegar casi al marco de la puerta que conducía al pasillo… un momento, aquello no era un pasillo. Aquello era un túnel sin escaleras y sin fondo. De repente el suelo se movió, de forma brusca, violenta como si se encontrase en el mismo epicentro de un terremoto. Un sonido gutural llegó desde el interior del túnel. Era como uno de esos sonido emitido por una ballena pero ralentizado. Sonaba como algo demencial.
Rebotó sobre la alfombra dándose dolorosos cabezazos que lo dejaron aturdido. Cayó hacia la izquierda, golpeándose con unos extraños adornos arrimados a una de las paredes. Eran muy duros y le hicieron mucho daño. Parecían como un cúmulo de sofás o armarios alienados fabricados de un material muy duro. Tanteó por el suelo. Estaba muy húmedo, cada vez más. Tras dos intentonas alcanzó la linterna que se le había apagado. Al encenderla dirigió el rayo de luz hacia el techo. Éste parecía haberse encogido considerablemente, de repente lo vio de nuevo subir y bajar y subir. Apuntó el haz de luz hacia los objetos duros que habían golpeado su cabeza. Emitió un grito desgarrador ¡Aquello no eran muebles! ¡Eran dientes! Trató de alcanzar la salida pero le fue imposible. La enorme alfombra se lo impidió.
Murió al tercer bocado luego fue tragado linterna incluida. El apostador que esperaba fuera sonrió. Acarició la comisura de la puerta y descendió por las escaleras silbando una absurda canción. Tenía el bolsillo lleno de dinero. Mucho dinero. Y pensaba gastárselo.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





Apocalípsis

16 06 2008

Tantos desastres, tantas desgracias, tantas señales: terremotos, inundaciones, epidemias; el hermano que se levanta contra el hermano, el padre que mata a sus hijos, los hijos que asesinan a sus padres. La cólera, el odio, la ira, el terror dueño de las calles. Hambre, frío, enfermedad, desesperación. Todas las cuartetas de Nostradamus desveladas, los restos de la Atlántida al descubierto, el último Papa expulsado del solio de Roma. Cometas, rayos fulminantes que castigan a los injustos, cuerpos de monstruos marinos varados en las playas, y el milenio al filo de su caída. Se podría decir que las revelaciones anunciadas por el Apocalípsis estaban a punto de culminar; …hasta que aquella misma tarde comenzaron a sonar las trompetas del Juicio Final.

Primero fué un zumbido lejano, monótono, difuso y apenas audible; pero conforme pasaban las horas el sonido se hacía más persistente y más profundo, haciendo vibrar las paredes de su apartamento. Parecía no venir de ningún sitio y de todas direcciones a la vez. Un zumbido insoportable que taladraba los oídos y penetraba en su cabeza. Una nota de trompa recogía a la siguiente, los siete cuernos del cielo soplaban a la vez con aliento exterminador abriéndose paso hacia él hasta que ya no pudo resistirlo más. El cielo se abrió en un crujido infernal desatando el galope de sus cuatro jinetes vestidos de fuego, zafiro, y azufre.

“Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos” (Ap.9/6).

Gabriel se arrojó presa del pánico a través de la ventana del salón. El golpe contra el cristal le dejó medio aturdido, pero su cuerpo lo atravesó sin dificultad haciéndolo añicos. Fuera, todavía colgando ingrávido del vacío, le sorprendió la fresca serenidad de la noche. A sus pies, varias decenas de metros más abajo, la ciudad vibraba con su bullicio habitual y el sonido de las trompetas había cesado por completo.

Mientras su cuerpo empezaba a caer con peso uniformemente acelerado, Gabriel se sintió repentinamente invadido por la angustiosa duda del agnóstico:

¡¡¡ ¿Y si todo su temor sólo hubiera sido el crujir de una cisterna y el lamento de unas cañerías viejas? !!!

“Cortos Sin Filtro” © Pep Bussoms – 1999 (Todos los derechos reservados)





Érase que se era en el reino de los centollos…

15 06 2008

– ¿Mamá, es seguro este castillo?- Preguntó la princesa centollita a su madre la centolla.

– Claro que si cariño, ¿Por qué preguntas eso?

– Por que anoche soñé que venían las olas salvajes y lo derrumbaban.

– No tienes que preocuparte.-Dijo la reina centolla quitándole importancia.- Este castillo es muy fuerte. Porque aunque esté construido con arena está hecho con mucho amor y eso lo hace prácticamente indestructible.

La centollita sonrió desde su cama, aliviada. La reina centolla besó la frente de su hija, la arropó con algas verdes del mar y le cantó una canción para que se durmiera. Y así lo hizo.

Afuera, en la playa, el rey centollo ayudado por el príncipe centollito apilaban, incansables docenas de cantos rodados, pedazos de coral rojo y restos de conchas marinas alrededor del castillo. Ambos construían un muro infranqueable para un castillo hermoso, de varias plantas, adornado con diminutas estrellas de mar y reforzado sobre recias columnas de coral negro brillante y reluciente como si lo hubiesen acabado de pulir.

La reina centolla salió al exterior. Alzó la mirada y contempló el imponente edificio. Ella también había sentido el mismo pavor que su hija. Tenía mucho miedo que ese castillo se viniese a bajo, ya sea por culpa del viento, de la ira del mar o del pisotón desafortunado de cualquier pié extraño.

– “¡La arena es tan frágil!” – Pensó atemorizada. Se acarició en vientre con las dos pinzas. Sintió como el pequeño centollito que estaba a punto de nacer se movía en su interior, bajo su coraza.

Entonces se acordó de algo que le dijeron tiempo atrás. No se acordaba cuándo ni quién. Pero es una frase que le disipó definitivamente todos sus temores: «La arena si está mojada es más dura que la piedra.»

La reina centolla suspiró tranquila. Observó como el rey y el príncipe acababan de reforzar los muros y se quedó prendada de la increíble puesta de sol que se ocultaba por el horizonte.

Dedicado con muchísimo cariño a Mónica, Adrián, Hugo, Lua y a su futura familia.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)





Renacimiento

15 06 2008

Lo arrojó a la fuente, como pudo. Ya estaba medio despierto. Mientras evitaba que escapase se autoconvencía de que aquello era lo mejor que podía hacer por él. Aun no había madurado lo suficiente, suele pasar en muchos casos. Él era un tirano, un arrogante, un egoísta y un llorica. La agarró con fuerza de una de sus manos. Ella gritó sin poder quitar la mirada del anillo de bodas que aun lucía en su dedo. Luchó como una jabata por aguantarle la cabeza bajo el agua. Con todas sus fuerzas. Él seguía tirando de ella, con algo de menos fuerza. Por un momento le pareció oírlo gritar bajo el agua, pero no estaba muy segura. Ella jadeaba y emitía de vez en cuando unos resoplidos densos como los de una antigua máquina de vapor. Trataba en todo momento de no ser arrastrada.

Tardaron más o menos un minuto en dejar de salir burbujas de debajo del agua. Se dio cuenta de que ya no respiraba porque él soltó su antebrazo con una delicadeza poco habitual. Esperó media docena de segundos, tal y como le habían indicado. En cuanto volvieron a aparecer las burbujas tiró de él con fuerza. Ya no le fue tan difícil. No como al principio. Su cuerpo pesaba muchísimo menos y medía por lo menos un cuarto de lo que media con anterioridad. Ya no había anillo de compromiso, ni reloj, ni vello en el anverso de la palma de su mano. Lo tomó en brazos, las ropas que había llevado antes era ahora simples guiñapos. Nada acordes con lo que en ellas cobijaban. Chorreaban agua a borbotones. Ella se las quitó y enseguida lo arropó con muchísima ternura en una manta. Miró al rostro del infante. Sonrió. Fue correspondida. Lo metió en el cochecito con ternura. Mientras se alejaban hacia el horizonte ella comenzó a entonar una nana.

Para Meggan/Hormiga que vive y trabaja con ilusión para la infancia.

© Richard Archer – 2008 (Todos los derechos reservados)